miércoles, 27 de junio de 2012

Hermano Río

Tengo ganas de llorar. Muchas. No quiero pasear por el valle. Ya no quiero ver la silueta recortada de iglesias y tejados de Toledo. No soporto mirar al río y ver que ha muerto. No puedo ver esas aguas que un día dieron vida a la ciudad y que hoy traen solo podredumbre y muerte. 

Martínez Gil escribió un libro en el que ya anunciaba la enfermedad del río y el fin de una comunidad de castores. Fernando ganó el premio Nacional de Literatura Infantil en el año 1979 por ese libro. Miles de niños leyeron sus páginas en los colegios españoles. Acompañaron a Moi en su desesperada búsqueda por el antídoto que curaría a su gran hermano río y lloraron con él cuando, desesperado, se tendió llorando a sus orillas y se convirtió en piedra. El río lleva muchos años enfermo y las lágrimas de Moi no curaron sus aguas porque aquello, desgraciadamente, era un cuento. 

Yo tengo muchas ganas de llorar porque los niños y los adultos de entonces no han despertado a la realidad. La realidad de un gran amigo que muere a nuestros pies, asesinado. No importa quien tenga la culpa de los peces flotando sin vida de hace unos días, si trasvases, vertidos, Madrid o colectores toledanos. Todos ellos han contribuido a un asesinato prolongado y que a nadie ha pillado de sorpresa. 

Y yo, que poco puedo hacer en este país injusto en el que la falta de dinero es la escusa y la falta de moral es la norma, lloro de impotencia. Lloro mucho.